HISTORIAS

       ÍNDICE

  1. A la espera
  2. Sherezade
  3. La clase práctica
  4. El regalo
  5. Operación cebolla
  6. El extravío
  7. No hay peor ciego
  8. El tumbo
  9. Calla boca
  10. Master chef 
  11. La mala pata
  12. La impostora
  13. A lo Cindy Lauper
  14. Mister Pinta
  15. Sala de emergencias
  16. El reemplazo
  17. Olivia
  18. Música importada
  19. La radio
  20. La novia de Otelo
  21. La silla monstruo
  22. El secreto del bajerío
  23. Petit bouché
  24. El legado
  25. El rescate
  26. El cocodrilo de Condorito
  27. Dulce o travesura
  28. La ola
  29. La liebre musical
  30. Hasta dar jugo

      A la espera


                 


Mi abuelo, el gran Pejepela, todas las mañanas antes de ir al muelle llegaba muy temprano a tomar desayuno a nuestra casa en la Villa Olímpica. Siempre traía dos huevitos o un par de frutas. ¡Qué rico!, mientras el Pintacha, mi hermano, le revisaba los bolsillos buscando las monedas que este escondía a propósito para que fueran encontradas. “Oigan cabros, el pan se me quedó en la camioneta, vayan a buscarlo. Está recién salido de la panadería del Sciaraffia”, ordenaba. Tomábamos desayuno con huevitos y jamón en tarro, mientras Dorka mi mamá, la Patita de Bichero como le decía mi abuelo, lavaba la loza y limpiaba la mesa para que nosotros partiéramos con él, en su camioneta LUV, a la caleta a esperar a mi papá. Allá también estaban la Tomoyo y el Chasqui boliviano, mis otros primos cavanchinos esperando a sus padres… ¡Allá, allá viene el Chipana, delante del Ongolmo! gritábamos todos los niños al ver los botes de la familia apareciendo en el mar. Por fin mi papá y su hermano mellizo llegaban al muelle. Esta vez traían las bodegas del falucho repletas de Bonitos y Palometas, otras no traían nada. Los peces eran el sustento de nuestras familias, comida y negocio incierto. Eran más de veinte días que no sabíamos de ellos, mientras el abuelo nos entretenía enseñándonos a mirar el mar con otros ojos. ¡Qué felices éramos con él! Ahora cuando miro al horizonte me parece verlo llegar en un bote y recuerdo que mi papá también contaba que venía al muelle a esperar a mi abuelo.

Es la rutina de los pescadores y sus familias, esperar, esperar mirando el mar. Así lo ha hecho mi padre, mis tíos, lo hizo mi madre, lo hicieron mis sobrinos, mi cuñada, pero un día un Manzo nunca llegó…